Aprendí a mirarme a través de ti
Por Mariana Gutiérrez
A través de la mirada de mamá y de otros adultos quienes esperamos nos cuiden y nos amen de bebés y cuando somos niñxs, es que aprendemos qué rasgos de nuestra personalidad gustan y cuáles de nuestras acciones son deseables y esperadas por los demás, dando como resultado que pongan su atención sobre nosotros, que nos amen y acompañen con gusto. Y también aprendemos que hay muchas cosas que resultan en una mala cara, en lejanía y en una aparente (o no tan aparente) disminución de amor. Entonces, como mecanismo de supervivencia, usamos con mayor frecuencia aquello que nos aplauden y dejamos de lado lo que no, sin importar si era algo que nos gustaba o si nos hacía bien.
Conforme vamos creciendo, nos siguen sumando elementos a alguna de las dos listas: lo que se espera de nosotros y está bien aceptado, y lo que no y “nos hace menos” de alguna manera. Ojalá fuera cosa únicamente del sistema escolar opresivo en el que la mayoría crecimos, pero no. Está bien arraigado socialmente. Y es en casa el lugar donde más nos desprendemos de nuestra verdadera naturaleza para poder seguir siendo merecedores de amor.
Control disfrazado de un montón de “es lo mejor para ti” y de convenciones sociales que marcan aquello que está “bien”, lo que está de moda, lo que según los tiempos nos hace o no una gran sociedad, y de manipulaciones morales que pasan por encima de nuestra biología y nuestra experiencia, reduciendo muchísimo la percepción y la capacidad de adaptación innata de cada cuerpo.
Inicialmente viene de frases del tipo: ponte esto que hace mucho frío y te vas a enfermar, no salgas que es peligroso, haz de esta forma las cosas porque así es como debe ser…, entre muchas otras, como parte de los cuidados y “enseñanzas” de mamá y papá, eventualmente, de todas las pautas a seguir de otras personas con ciertos roles que se encargan de mostrarnos los aparentes beneficios de vivir replicando formas de ser y de vivir.
Qué importante siento que es recordarnos y reconocernos parte de la naturaleza y a ella dentro nuestro. Que de ahí y de la confianza que se despliega del entender un poco (o mucho) los procesos biológicos e interrelacionales que acontecen a nuestro alrededor y en nuestro interior, es que se vuelve más factible tomar decisiones que nos mantengan unidxs a la vida.
Andar por ahí dejándonos sentir el frío, el calor, lo incómodo, lo pesado, y la ligereza al mismo tiempo de permitirlo. Andar sin ropa y sin zapatos, que tanto nos han hecho olvidar. Dejarnos sentir los síntomas de una condición, como llamada de atención a lo que está pasando internamente en lugar de taparlos con pastillas. Consumir lo que viene de la tierra y de las manos de alguien que aprecia y sabe del tiempo y de la belleza que implica sembrar y cosechar. Alimentarnos y no llenar nuestros vacíos emocionales con cualquier cosa. Hablar más en persona que a través de un celular. Dejar ver nuestras sonrisas y otras expresiones sin un pedazo de tela que se interponga entre el rostro y quien recibe. Permitir Ser a las infancias sin buscar hacerlas. Mirar y tocar nuestro cuerpo con amor y cuidado.
Poco a poco escuchar(nos) más.
Que tomar una u otra decisión no se sienta como premio o regaño. Que la decisión sobre el camino a seguir venga de nuestro interior, y no de la necesidad de imitar las premisas sociales que poco cuestionamos de fondo. Volvernos cada vez más receptivxs a las múltiples posibilidades y al poder interno que tenemos sobre nuestra vida. Me encantaría ver y sentir a más personas expandiendo horizontes. Que la imposición de vivir de ciertas formas vaya perdiendo terreno ante el saber escuchar al corazón primero y atender el deseo.
Por eso hablo de la importancia de conocer más sobre el funcionamiento de los sistemas vivos y cómo nos afectamos mutuamente, ya que facilita que nos recordemos parte de la Naturaleza donde vivimos y de la que somos parte, para retomar información valiosa y acompañarnos de regreso a nuestra casa cuerpo-Naturaleza y poder recibir aquello que dice el corazón.
Tenemos tanto en común con otros seres, y nuestro cuerpo funciona como muchos otros sistemas en el Universo, que al verlo o entenderlo, mucho de aquello con lo que nos distrae la sociedad, pierde sentido.
Una sociedad que se da a la tarea de convencernos de que entre más fácil, rápido y práctico, mejor. De darnos todo masticadito y en la boca. Donde lo que incluye la más mínima incomodidad o que no satisface (inmediatamente) mis caprichos, lo puedo desechar. En la que las modas deciden las formas en que debemos existir para que nos reconozcan como parte del colectivo virtual. Donde el productivismo, el consumismo y el capacitismo se aplauden. Una sociedad que mueve a su antojo la moralidad y pone en duda “qué tan buenas personas somos” por actuar de una u otra forma según los tiempos, distrayéndonos de cosas que a mi parecer son infinitamente más importantes. Donde hay que jugar a que estamos de acuerdo para que no se nos señale, censure y nos sintamos desplazadxs o no amadxs…
En una sociedad que atenta contra la heterogeneidad, es vital atendernos desde la autenticidad y la magia que cada una posee. Abrazar la incomodidad que nos despierta salir de lo conocido, y atrevernos a ver del otro lado. Dejar salir la voz y la magia que hemos reprimido por escuchar las voces del exterior que en algún momento incluso se volvieron propias. Cuando nos creímos y sentimos identificados con un molde pequeñito.
… Y porque aprendí a mirarme a través de tí, a poner la atención en la mirada de otros sobre mí, dejándome de lado, es que de pronto cuesta soltar las comparaciones y la complacencia, que siento que algo está mal en mi camino, que me cuesta hacer lo que de verdad deseo, sentido muy capaz e incapaz también. Que me he sabido profundamente amada y que he sentido el dolor del abandono.
Abrazo fuerte lo aprendido de verme con tus ojos. Más hoy deseo la naturalidad de lo que me hace humana, crecer, expandirme, ser y existir con todo lo que me hace por dentro y por fuera.
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