Algunos poemas
por Mar Castañedo
Metamorfosis
Durante la noche
ocurre mi metamorfosis.
Las sábanas son mi capullo
y mis sueños son los días.
Cuando el amanecer llega
yo dejo el capullo vacío.
Vuelo en la cotidianidad
que anidan mis memorias.
Durante la jornada
me petrifico,
mis alas se debilitan.
Las sábanas verdes…
ya no tienen voz.
Mis sueños
Me abrazan
y sueltan la vida
que pude haber tenido.
La tristeza crepita
y yo ya no duermo.
El capullo ya no nutre más
lo que alguna vez me importó…
Mi cuerpo no es nada,
Mis sueños ya no los recuerdo;
Son cuerpos tirados a la fosa
Clandestina.
Los oculto, pues,
para olvidarlos
y cuando ya no hay memoria
que me arraigue,
Le busco,
para que el capullo de mis sábanas
Nutran a alguien más.
(2018)
Nómada
Camino y el canto amarillo baña la iglesia. No puedo caminar entre tantos pensamientos, universos enteros, que me rodean.
Somos tan complejos…
Somos 22 millones de personas si sólo contamos la capital y el Estado de México.
Es inevitable no vivir en laberinto.
(2019)
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Vuelo con los ojos
Vuelo con los ojos.
Las alas suspiran.
El vuelo es alto… muy alto…
la mirada no cabe en los espacios cerrados;
abismo café que lleva el nombre
de mi pasado.
De lo que ya estaba destinado para mí.
Soy ave fugitiva
de realidades frías.
Migro a la calidez
de la magia,
de volar con los ojos.
(2018)
Madrugada
Escucho las campanas de la iglesia a lo lejos.
Están llorando,
las escucho con ojos húmedos.
Han roto el silencio,
han roto el acuerdo
que ha pactado la gente que duerme
con la noche.
Me acerco a la ventana
y me quedo suficiente tiempo
para ver cómo parpadea el cerro.
Las aves de mi pecho
se escapan en hondos respiros.
Son multicolores
y me hacen pensar que,
probablemente, no estoy
en el tiempo adecuado
ni en los brazos correctos.
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Los bailes de silencio clandestinos en la Ciudad de México
A Pepe, quien me mostró ese lugar misterioso.
Ayer fui a bailar en la madrugada y tuve que abrazar a un extraño. El pobre ya respiraba agitado y ni siquiera habíamos comenzado a bailar aún. Entonces puse mi oreja en su pecho y escuché aquel caracol de mar. Un mundo entero palpitaba a tal grado de traspasar la carne y tomar el mando de la respiración. Una fuerza desconocida para él mismo estaba a punto de romper los huesos de la jaula que retenía la tormenta victimaria; todo estaba bien sujeto a una explosión de nervios enredados. Escuché más y aferré mis pequeños dedos a su espalda. Él jadeaba. Pobrecito. Estaba exhausto y desfallecía. Ya no creía en nada. Después de un tiempo, nos arrancamos el uno del otro, guiados por la voz de la anfitriona del evento. Nunca voy a olvidar aquel corazón… Me hubiera gustado devorarlo.
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