DESNUDEZ AGÓNICA
Por Aranza Bouquets
Una mujer quiere desnudarse. Se oprime sola, y se asfixia con su tela apuntillada hasta que colapsa su cuerpo. Dentro de las paredes de piel le recorre el tiempo rojo y hierve tan deprisa que cuando el agua la hunde, las horas se le escapan por los poros y los lagrimales. Ella soy yo. Porque me marea el acto de mostrar(me) el sinfín de detalles hechos lunares, rasgaduras, curvas, manchas, colores y planicies que veo a diario en el espejo donde intimo conmigo misma. Varias versiones de mis yemas se desbordan de mi cáscara y humedecen el suelo; me provocan resbalar, aunque intente limpiar recurrentemente.
Al inicio me censuraba solita: mis aureolas y mi vulva no aparecían en ningún encuadre ni pedazo de papel; ni siquiera el de mis propios ojos hasta que mis adentros tuvieron la pérdida más penosa de su alma. Alguien(es) me arrebató con dulcerías de oído y yo, sin siquiera apreciarme en soledad, le hice caso; sentía cómo revolvía mis entrañas en cada movimiento y, entre tanto, salí de sí viéndome paralizada en el suelo, la cama, contra la pared y en el aire. Años después me ocupé en tallarme el dolor con la esponja de baño, con el agua turbia y la sal. Enloquecí y ahora pienso que nunca es tarde para ser la víctima de una misma.
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